La dignidad se podría definir como el respeto y el derecho a ser valorado que todos y todas merecemos por el hecho de ser personas. Es considerada como parte de los Derechos Humanos, y se asocia a otros valores como la igualdad, la seguridad, la autonomía y la libertad. Es decir, cualquier persona tratada con dignidad debería ser tratada también como una igual, sin atentar contra su seguridad, ni su autonomía y libertad.
Pensamos que el derecho a la dignidad es fácil de cumplir, sin embargo, vemos que no se lleva a la práctica tanto como pensamos. Hay múltiples grupos sociales que no son tratados con dignidad en la sociedad, y aunque en diferentes contextos sociales y culturales se dan casos concretos, hablaremos desde nuestra perspectiva, las sociedades occidentales. Concretamente, desde el ámbito de la exclusión social.
La exclusión social se define como "el proceso mediante el cual los individuos o grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven". Se encuentra está muy relacionada con la situación de pobreza, y las personas que viven en este tipo de entornos ya no sólo se caracterizan por tener menores ingresos, sino también por una mayor dificultad para acceder a los recursos de la sociedad, participar de ella o alcanzar un estatus similar a cualquier persona que se haya desarrollado integrado socialmente.
La exclusión social y la dignidad
No obstante, es común que haya personas que, aunque no se hayan criado en un entorno de exclusión social (el ejemplo ilustrativo de los barrios "marginales"), pueden alcanzar ese ámbito de riesgo de pobreza cuando se encuentran con problemas económicos permanentes. Es claro el caso de personas con dificultades para acceder a un empleo, o quienes caen en el círculo de la precariedad laboral, enlazando contratos temporales con épocas de desempleo, trabajos con malas condiciones, etc. También ocurre en grupos sociales con mayor dificultad para acceder al empleo, desde personas al cargo de familias monoparentales (normalmente mujeres), personas con discapacidad, con trastornos mentales, mayores de 45 años, jóvenes, personas en situación de inmigración, de etnias no blancas, mujeres en situación de viudedad, etc. Incluso el tener una enfermedad crónica, o tener que recibir tratamientos médicos de alto coste en los que tenemos que pagar un porcentaje (como ocurre con las recetas en España), incremente el riesgo de caer en la pobreza. También es el caso de las amas de casa que reciben jubilaciones no contributivas o de viudedad muy bajas, o las personas que en los años previos a la jubilación no acceden a un empleo por la discriminación por edad, con el recorte en la pensión que eso conlleva.
Las personas en situación de riesgo de pobreza y/o exclusión social, o quienes se encuentren directamente en esas circunstancias, al no estar integradas en la sociedad de la misma manera que otras personas de clases más normativas, ven reducida su dignidad. Ya no es que vean también recortada su autonomía, su seguridad y su libertad, además de que no son tratadas como socialmente iguales. Esto es fácil de ver con ejemplos cotidianos:
- Viven de ayudas económicas sociales para las cuales tienen que justificar constantemente su situación económica y familiar..
- Las ayudas económicas sociales son de cuantías bajas porque si permitieran vivir de manera algo desahogada, la sociedad teme que "se acomoden en su situación".
- La sociedad vigila si las personas en situación de pobreza y/o exclusión social se comportan como tales: no pueden consumir lo mismo que el resto porque estarían derrochando, sólo está bien visto si compran lo necesario para vivir. Está mal visto que consuman ocio, en tiendas que no sean de bajo coste, o tengan vicios como el tabaco.
- Aunque las personas en situación de pobreza y/o exclusión social tienen mayores dificultades para acceder al empleo, son juzgadas por no trabajar.
- No se permite que las personas en esta situación elijan de qué quieren trabajar, pues deberían aceptar "cualquier empleo" porque lo importante es que ganen dinero (aunque los demás sí quieran labrarse una carrera laboral en base a sus intereses).
- Los lazos sociales con personas se pueden ver reducidas porque no puedan acceder al mismo tipo de actividades de ocio (por ejemplo, ir a cenar con los amigos), o las otras personas temen que les vayan a pedir dinero.
- Son víctimas de muchos estereotipos, y se cree que todas las personas en exclusión social son iguales.
- En los colegios los niños y niñas pueden verse discriminados por sus profesores y compañeros.
- La falta de ingresos lleva a aceptar trabajos con muy malas condiciones, que conllevan riesgos para la salud física y mental, y con los derechos laboral totalmente anulados.
Quizá pensemos que estas actitudes son muy negativas y no se deberían tener, pero en realidad las tenemos, como sociedad y a nivel individual. También es por desconocimiento y por caer en la falsa ilusión de que todas las personas tenemos las mismas oportunidades. Ya sea una situación en la que una persona vive desde la infancia en un contexto de pobreza y/o exclusión social, o si se trata de alguien que ha visto reducido su nivel de ingresos de manera drástica, todas estas condiciones que hemos enumerado pasan factura a nivel emocional.
Los efectos de la falta de dignidad en la salud mental
Como sociedad, se estigmatiza y se culpabiliza mucho a la persona en situación de pobreza y/o exclusión social, entre otras razones por ese mito de la igualdad de oportunidades que mencionamos antes. Así, la persona en esta situación también asume esa culpa y ve su libertad reducida como si tuviera que rendir cuentas a los demás. No se les permite tener metas ni ilusiones más allá de la supervivencia y el cuidado de la familia. Estas situaciones van acompañadas de una baja autoestima, mayor riesgo para sufrir trastornos mentales, carencia de apoyo social, estrés, alta exposición a situaciones de frustración, etc. Todo un escenario para ver reducido el bienestar psicológico, además de la salud física, que se ve afectada por carencias nutricionales, el desconocimiento y la menor capacidad de poner en marcha hábitos de vida saludables, etc.
Y todo esto no es debido a cuestiones meramente psicológicas, sino, simplemente, por una cuestión social y humana: la falta de dignidad, de derechos y del estatus de ciudadanía. Así que nuestra salud psicológica no sólo se resume en nuestra manera de afrontar las situaciones, en nuestra personalidad, las sesiones que hagamos de relajación o cómo haya sido nuestra crianza. El nivel social y cultural tiene un componente muy fuerte, y por eso mismo es muy importante abordar siempre el aspecto social y comunitario de la psicología.