Cada vez más se habla de sobre el trastorno de la ansiedad, el estrés generalizado o la depresión, tres 'males' cada vez mucho más comunes y que han puesto a la salud mental en boca de todos. Por desgracia, esta ha sido siempre la gran olvidada y muchas generaciones crecieron sin tener conciencia de ella e incluso tratándola como un tema tabú y reduciéndola a unos pocos casos que se tildaban erróneamente de 'la locura'. Una silencio impuesto sobre unas enfermedades mucho más propagadas de lo que se quería hacer creer. A comienzos de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) situaba en más de los 300 millones el número de personas que sufrían depresión en todo el mundo.
El ritmo de vida cada vez más acelerado ha traído también consigo unos niveles de estrés y ansiedad en aquellos que forman parte de él. Esto obliga a las personas a intentar tener un control sobre cada vez más cosas, aumentando los estímulos, las cosas que hacer y las obligaciones. Todo esto se traduce, además, en un ritmo cerebral cada vez mayor y un aceleramiento que rara vez consigue reducirse durante la noche, evitando así que las horas de sueño no se traduzcan en las mismas de descanso.
Al mismo tiempo, con este frenético ritmo de vida no solo han aumentando los casos de enfermedades mentales, sino también las físicas. Muchas veces, los períodos de estrés -sobre todo cuando no es es consciente del nivel- vienen acompañados de diferentes dolencias y malestar físico que, aparentemente, parece no tener un origen muy claro y que, por tanto, parecen todavía mucho más preocupantes y graves.
Pero es que la sintomatología del estrés y la ansiedad va mucho más allá del plano psicológico y de la sintomatología más conocida como el nerviosismo o ritmo cardíaco acelerado. Además de esto, está demostrando que una mala salud mental -sea al nivel que sea- tendrá unos efectos negativos en nuestra salud física.
Que le ocurre a nuestro cuerpo cuando tenemos ansiedad
Los psicólogos y psiquiatras, contrario a lo que se pueda pensar, no trabajan con sus pacientes para conseguir un nivel cero de ansiedad. Esta no es más que un modo de emergencia que hace que el cerebro se ponga en marcha al alertar algún peligro. Ha sido precisamente esta ansiedad la que hizo que durante siglos se consiguiese, por ejemplo, escapar de ciertas amenazas como los animales depredadores.
Por este mismo motivo, los profesionales advierten que no hay nada de malo en tener cierto nivel de ansiedad que nos advierta en nuestro día a día de los posibles peligros que nos acechan. El problema viene cuando ese modo de emergencia de nuestro cerebro permanece constantemente activado. Ahí es cuando se llega a un trastorno de ansiedad generalizada y con él llegan también otros problemas psicológicos y físicos que tiene aparejados al estar completamente cambiado el funcionamiento de nuestro propio cuerpo, impidiendo que trabaje con normalidad.
La adrenalina y el cortisol
Cuando esa ansiedad -en mayor o menor medida- aparece, se producen cambios en nuestro propio cuerpo. Concretamente en las glándulas suprarrenales, situadas sobre los riñones. En primer lugar se libera la adrenalina, que provoca un 'chute' de energía a nuestro cuerpo para que esté preparado ante cualquier cosa que pueda ocurrir. Es estos momentos es cuando aumenta la frecuencia cardíaca -más latidos del corazón- y la presión sanguínea.
Posteriormente y con efecto más retardado, estas mimas glándulas también segregan cortisol. Esta hormona lo que hace es es elevar el nivel de azúcar en la sangre consiguiendo así aportar también un extra de energía al organismo por lo que este pueda necesitar hacer ante ese presunto peligro que podría estar acechando al activarse el 'modo de emergencia'.
Este estado de manera extendida en el tiempo hace que ciertas funciones de nuestro cuerpo dejen de hacerse con normalidad y, entonces, empiecen los problemas. Además de la sintomatología más común y conocida como el ritmo cardíaco más elevado o respiración acelerada se producen también otros cambios. Por ejemplo, la circulación sanguínea es dirigida a esas zonas del cuerpo en las que podría necesitarse ante una amenaza, mientras que otras bajan su nivel. Esto haría, a largo plazo, que otras partes de nuestro cuerpo puedan empezar a fallar de una u otra manera o simplemente se paralicen otras acciones igualmente necesarias.
Sistema inmunológico débil
Siguiendo en la línea de todo lo explica anteriormente, una de las principales funciones que se descuidan en nuestro cuerpo durante los períodos largos de ansiedad o estrés es el buen estado del sistema inmunológico. Esto lo que haría sería que ciertos organismos malos para nuestro cuerpo campen a sus anchas y nuestros sistema no tenga fuerzas suficientes para luchar contra ellas, haciendo que sea mucho más probable padecer alguna enfermedad que podría ir desde la aparición del algún herpes (muy ligados a este tipo de enfermedades) hasta incluso una gripe.
Dolencias físicas más comunes
Como se ha podido comprobar con lo explicado hasta ahora, existe una más que estrecha relación entre la salud física y la salud mental. De hecho, la psiquiatra y escritora de 'Las cicatrices no duelen', Anabel González, nos explicaba en una entrevista que esta diferenciación entre tipos de 'salud' es algo muy generalizado en occidente, pero que en cambio en otras culturas se habría desterrado pro completo al estar más que comprobado que no se puede separar una cosa de la otra.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece en el preámbulo de su Constitución que la salud "es un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Un concepto que englobaría dentro que ámbitos sin los cuales no se podría alcanzar una buena salud.
Por ello, no es de extrañar entonces que un desajuste en el bienestar mental tenga estrecha relación con lo que ocurre en el físico e, incluso, en el social, desestabilizando entonces lo que se ha de conocer como salud. Por ello, los estudios que ha se han realizado al respecto a lo largo e los años concluyen que hay una serie de dolencias físicas causadas por estos desajustes mentales.
- Dolor muscular: Que nos duela el cuerpo durante o después de un largo período de estrés o un pico de ansiedad es de lo más normal. Como se explico arriba, gran parte de las funciones de nuestro cuerpo se preparan para actuar ante una posible emergencia o un peligro que normalmente no suele ocurrir. Esto normalmente consiste en la preparación para un respuesta física inmediata haciendo que nuestros músculos y articulaciones se tensionen. La zona que normalmente más sufre son las cervicales, algo que le ocurre a casi la mitad de las personas que sufren estrés crónico.
- Problemas digestivos: El sistema digestivo es una de las partes de nuestro cuerpo que se ve más afectada en cuanto las funciones de nuestro cuerpo se focalizan en otras cosas. La digestión es una de las primeros procesos que se empieza a hacerse con más lentitud, se interrumpe temporalmente o también se puede dar el caso contrario, dando lugar tanto a estreñimiento como a diarreas así como a diferentes dolores. Además, como también explica la psiquiatra Anabel González: "El sistema digestivo tiene muchas terminaciones nerviosas", algo que lo convertirían "como un cerebro repartido por todo el cuerpo". Y es que este está conectado precisamente y de forma muy estrecha con el cerebro, reaccionando de forma inmediata a los cambios que este este sufra.
- Alteración del sueño: Cuando el estrés o la ansiedad se generalizan a lo largo del día, además de lo dicho anteriormente, también aumentan la actividad cerebral de manera importante. Este nivel, que estaría por encima de lo que se considera normal, ocasiona un 'aceleramiento' de nuestros pensamientos que son prácticamente imposibles de frenar por las noches. Las personas con estrés o ansiedad no consiguen frenar su actividad cerebral mientras duermen, lo que hace que durante la fase REM se recuperen preocupaciones o asuntos pendientes del día a día, repitiéndose así en nuestros sueños ocasionando un sofreesfuerzo igual o incluso mayor durante las horas que deberían de ser de descanso. En el peor de los casos, el sueño es incluso imposible de conciliar.
- Problemas cutáneos: También se asocia con el estrés un mal estado estado de la piel, especialmente de la cara. Esto se produce por la liberación de adrenalina y cortisol explicada anteriormente. Estas, además de servir para ponernos alertar, también se genera mayor nivel de histamina (que provoca trastornos como eccemas, urticarias, herpes...); se reduce la producción de elastina y colágeno (que provoca mayor flacidez en la piel); y hace que empeore el acné.
- Caída del pelo: Esta es, sin duda, uno de las consecuencias más visibles y mayor inseguridad genera en quienes la padecen. Una vez más, el cambio de funcionamiento en el cuerpo durante períodos de estrés o ansiedad hace que se altere también de forma considerable la absorción de oligoelementes y aminoácidos. Esto a su vez hace que las arterias se estrechen y se limite la circulación de la sangre, siendo el cuerpo cabelludo una de las partes con menor riego dando lugar a la caída del pelo.