¿Qué pasa por nuestra mente cuando no estamos haciendo absolutamente nada? Es hora de que nos demos cuenta de que no hacer nada no es nada malo. Vivimos absortos en un mundo donde nos sobrecargamos de tareas y actividades en el día a día, donde no tenemos tiempo para pensar en nada más que no sean nuestros quehaceres, pero ahora tenemos tiempo de sobra debido a esta epidemia mundial.
Curiosamente, pese a estar encerrados en casa, no paran de llegarnos sugerencias para llenar nuestro 'tiempo libre'. Y aún así, si hay una palabra que ha salido a relucir durante estos días esa es: aburrimiento. Y yo me pregunto, ¿cuándo fue la última vez que no hiciste absolutamente nada? Ahora más que nunca aparecen ante nosotros mil y un planes de ocio, numerosas revistas ofrecen sus números de forma gratuita, algunos servicios de streaming dan un mes gratuito y muchas apps permiten que te registres sin pago alguno. En las redes sociales puedes encontrar diferentes opciones para ocupar tu tiempo durante esta cuarentena, desde cocinar con un chef de Estrella Michelin hasta entrenar con el mismísimo Chris Hemsworth.
La idea de ocupar el máximo tiempo posible de nuestros días haciendo cosas para no aburrirnos se ha convertido en una nueva rutina impuesta donde hacemos una infinidad de tareas para sentirnos realizados. No hacer nada durante estos días de confinamiento se vuelve en una tarea complicada y algo dura ya que la oferta de opciones crece constantemente en este mundo domado por las redes sociales. Seguramente, gran parte de tu alrededor estará realizando durante estos días muchas tareas sin sentido en sus vidas con un único propósito: sentirse completos, realizados y satisfechos al acabar su día.
No pasa absolutamente nada por no hacer nada
Por esta razón, el filósofo Michel Feher, autor de 'El tiempo de la inversión. Ensayo sobre la nueva cuestión social', durante una charla en Barcelona señaló la necesidad que muchos de nosotros sentimos de mostrar nuestras miles de tareas a las que nos dedicamos en casa en las redes sociales. Sentimos que "debemos vender nuestra reputación y crédito personal como un valor añadido tanto en el trabajo, como en las redes sociales o en nuestra propia vida", señala también el filósofo. Y la verdad es que tiene razón.
Además, también apuntaba que, la mayoría de la sociedad (sobretodo las mujeres) padece el llamado 'Síndrome del pato', que no es más que una metáfora donde el pato que está en el estanque, en la superficie se muestra tranquilo y plácido, mientras que por debajo del agua está moviendo sus patas frenéticamente. Lo que se traduce a que muchas personas se muestran tranquilas pero, en su interior, sienten la necesidad de una autoexplotación únicamente con el fin de sentir que su productividad sigue intacta.
El síndrome del pato
En el día a día asumimos que cuanto más producimos, más valiosos nos presentamos (y sentimos) ante los demás, ante el sistema. Por eso, durante esta época de confinamiento en casa, en muchas ocasiones surge en nosotros la necesidad de sentirnos productivos constantemente, a cualquier hora del día. Nos seduce la idea de ocupar todo nuestro tiempo con tareas, ayudándonos con la gran oferta que tenemos en las redes sociales.
Piensa por un momento: ¿cuándo fue la última vez que no hiciste nada?. Fue hace mucho, ¿verdad? Cada uno de nosotros corrobora que la autoexplotación cada vez está más presente en esta sociedad. Esta sensación y exigencia en nosotros mismos ha sido creada por el sistema capitalista, que ha establecido que el valor de una persona se mida en función de su productividad.
La autoexplotación como valor sociocultural
¿Cuántas veces no hemos deseado que el mundo se parase para poder para nosotros con él? ¿Por qué ahora que tenemos la oportunidad no lo hacemos? Nos vemos obligados a parar nuestras vidas, nuestros planes y actividades para poder dedicarnos un tiempo a nosotros, a nuestra mente, y ahora que el mundo, por una causa mayor se ha visto obligado a parar, nosotros nos volvemos más productivos que nunca, hacemos más actividades que nunca. Nos quejamos de que no tenemos tiempo para desconectar y, para una vez que lo tenemos, nos empeñamos en estar ocupados. Nos sentimos en la obligación de ser constantemente productivos. Basta ya. No pasa nada por no hacer nada.
De hecho, no hacer nada es un lujo necesario para que todo en nuestro alrededor cobre sentido. Es ese afán de ser los más productivos lo que hace aparecer a nuestro peor enemigo: la ansiedad. Y la mejor manera de combatir a la ansiedad es parar, no hacer nada y conocerte a ti mismo pero, precisamente esa es nuestra fobia. Tenemos pavor por los tiempos muertos, le tenemos un miedo terrible a escucharnos, a conocernos de verdad.
No sientas miedo al tedio, que tengas ratos para ti mismo donde no hagas nada no significa que eres improductivo, no te sientas culpable por ello, no sientas tristeza o frustración. A veces tomar descansos de nuestra vida nos ayuda mucho para poder ver mejor las cosas y así poder darles una buena solución a nuestros problemas.
Tampoco se trata de dejar de hacer cosas por completo, ni de parar para volver a ser igual de productivos y volver a quemarnos de nuevo. Se trata de parar con el fin de reflexionar, se trata de encontrar espacio y tiempo para no hacer nada, para dejar que nuestra mente descanse. Por es importante, ya que estás leyendo esto, que pares un momento y busques tu espacio y tu tiempo, te lo vas a agradecer. Aburrirse no es nada malo, al contrario, es una herramienta poderosa e inspiradora y, sobre todo, necesaria. Seguramente muchas de las grandes ideas de la historia hayan sido fruto de un tiempo de hastío. El acto de contemplar la nada durante un buen rato es un buen recurso para que nazca la creatividad que hay en nosotros.
El destino, para bien o para mal, nos ha dado esta oportunidad. Así que aprovéchala para disfrutar de la maravillosa práctica de no hacer nada, y no te sientas culpable por ello. ¿Tiene sentido que el tiempo, nuestro valor mas preciado (porque no es el dinero) lo perdamos precisamente por querer aprovecharlo al máximo? Suena algo absurdo, la verdad. Quizás tenía que venir una pandemia mundial para que nos diéramos cuenta de ello.