Como se suele decir: 'De tal palo, tal astilla', y es que normalmente -quizá incluso más de lo que nos gustaría- somos un calco de nuestros progenitores. Además de heredar su color de pelo o de ojos, en algunos casos también parece que hemos heredado sus miedos o sus fobias. Pero, a diferencia de lo que ocurre con algunos cualidades físicas, los miedos y las fobias no forman parte de nuestro de ADN y, por lo tanto, nos es una herencia genética de nuestros de padres. Ni siquiera se puede tampoco considerar una herencia, sino más bien un aprendizaje.
Diferencias entre fobias y miedos
Pero antes de entrar en materia, lo primero es diferencia entre miedo y fobias, porque no se trata de lo mismo. Tal y como se define en la Real Academia Española (RAE), el miedo es la "angustia por un riesgo o daño real o imaginario" que sentimos, por ejemplo, a la oscuridad o las alturas; mientras que una fobia es, en términos psiquiátricos, un "temor angustioso e incontrolable" hasta tal punto que "se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión" y suele ir acompañado de unas emociones mucho más fuertes que las del medio llegando incluso a considerarse un trastorno de la ansiedad. Se tilda de "absurdo" porque las consecuencias o peligro real de eso a lo que se le tiene miedo es prácticamente inexistente. Es el caso, por ejemplo, de la fobia a los médicos. ¿Va a un médico hacerlos algo malo? Su trabajo, en realidad, es para lo contrario y eso todo el mundo lo sabe, pero...
Vistas las diferencias, se puede comprobar que en los miedos hay un factor de peligro real, mientras que las fobias es algo mucho más psicológico. Por lo tanto, los primeros es más común que pasen de padres a hijos mientras que los segundos no tanto -aunque puede que también-. ¿Pero por qué? Como decíamos, no se trata de algo congénito, sino de algo que se aprende. Y es que en muchas ocasiones si compartimos miedos con nuestros progenitores no es más que imitación, algo en lo que se basan muchos de los aprendizajes durante los primeros años de vida.
Los miedos también se aprenden
Y es que el miedo no es más que la aparición de una emoción como la angustia al toparnos o imaginarnos algo que no nos resulta agradable o incluso nos puede parecer un peligro. Pero como todo en la vida, este tipo de percepción lo da la experiencia, propia o ajena, que vamos teniendo a medida que crecemos y ganamos experiencia. Por ello, también existen varias formas de aprendizaje de los miedos.
Aprendizaje observacional
Por un lado está el aprendizaje puramente observacional, es decir, aquello que acabamos haciendo por imitación de quienes son referentes para nosotros. Cuando somos niños nuestros referentes suelen ser nuestros padres, aunque pueden tratarse de cualquier otro adulto de nuestro entorno o alguien a quien admiremos. Admirar también significa mirar y observar mucho lo que hace esa persona, de quien aprenderemos a través de sus acciones. Es así como aprendemos por ejemplo a comer imitando los gestos de llevarse los cubiertos a la boca, pero también a detectar peligros que no conocemos.
Si vemos a alguien desarrollar algunas emociones comúnmente conocidas como negativas -el miedo, por ejemplo-, posiblemente nos quedemos con esa información y en un futuro reproduzcamos el comportamiento. Esto no solo pasa con los miedos, sino también con las formas de pensar o de comportarse, guiándonos simplemente por la imitación de hábitos ajenos. Si una persona tiene miedo a las palomas, probablemente tenga la madurez suficiente como para no salir corriendo, pero sí para llevar a cabo la evitación y no pasar cerca de ellas cuando va por la calle. Algo totalmente inocente, pero que para un niño que todo es nuevo, puede que esta costumbre se acabe convirtiendo también en un miedo.
Aprendizaje empírico
También se puede dar el aprendizaje por consecuencias, que nos es más que otro aprendizaje a través de las experiencias propias o ajenas. A medida que vamos descubriendo el mundo vamos también topándonos con cosas nuevas que tenemos que descubrir si son buenas o no para nosotros. No necesariamente tiene que ser en nuestras propias carnes, también sirve viendo a otra persona sufrir consecuencias negativas. Es el caso de, por ejemplo, el miedo a los perros. Si vemos o sabemos de alguien que haya tenido una experiencia negativa con estos animales, puede que empecemos a desarrollar un miedo o cierta precaución cuando nos topemos con uno.
Este tipo de aprendizaje puede extrapolarse también a las mencionadas fobias. Si un niño ve como uno de sus padres sufren de ansiedad o nerviosismo extremo al realizar cosas tan cotidianas como subirse en un ascensor o quedarse a oscuras, los pequeños, a pesar de que no tienen ningún tipo de experiencia negativa propia, entenderán que esas cosas son malas y generan ese tipo de emociones que puede ocurrir que tarde o temprano también desarrollen los hijos.
Se aprende, pero también se desaprende
Lo bueno de todo esto es que, al tratarse de cosas que se aprenden, también se pueden desaprender. Al ser procesos mentales de cada una de las personas, se puede hacer también un trabajo psicológico para lograr entender que muchas veces los miedos se basan en peligros inexistentes; o también que las fobias son irracionales y cuyos procesos psicológicos también se pueden tratar hasta acabar con ellos.